La advertencia de Hans

A principios del siglo XX, un caballo alemán era la sensación de Europa. No por su fuerza, velocidad, tamaño o color … era famoso por su inteligencia.

El inteligente Hans, como se le conocía, era capaz de resolver todo tipo de operaciones que antes estaban limitadas a los humanos. Podía sumar y restar números, decir la hora y leer un calendario, incluso deletrear palabras y frases, todo ello resuelto a golpe de pezuña. 

“Si el octavo día del mes cae en martes, ¿cuál es la fecha del viernes siguiente?”. “A” era un golpe; “B”, dos; 2+3, cinco. Era un fenómeno internacional que demostraba que se podía enseñar a los animales a razonar tan bien como a los humanos, ¿o no?. El tema generaba tanto interés que se formó una comisión para investigarlo profundamente.

Los investigadores descubrieron, después de varias y exhaustivas pruebas, que el caballo había aprendido a dar la respuesta correcta observando los cambios en la postura, respiración y las expresiones faciales de su dueño. Los cambios eran casi imperceptibles, muy sutiles, pero el caballo los captaba e interpretaba que tenía que dejar de golpear el suelo.

¿Se puede decir entonces que el caballo no era inteligente? Bueno… sí y no, el pobre Hans simplemente daba la respuesta correcta en base a otras variables.

Esta historia es una advertencia para los que desarrollamos “inteligencia artificial”. Tenemos que comprender cómo nuestro modelo está dando los resultados y qué variables considera importantes. Si nos centramos únicamente en los resultados, nunca sabremos si es “inteligente” o ha encontrado otra forma de ganarse el azucarillo.

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